25.1.05

Anecdotas con El Gallo Tapado

Y sí, pus qué otra, si no entraba me moría. Era un gimnasio, el “San Vicente”, famoso, entre otras cosas por sus boxeadores fajadores y sabrosos. Entré y le pregunté a uno de esos pinches changos que se pelean con su sombra que dónde estaba el baño, que me dijera rápido, por piedad, porque ya se me andaba asomando el castor. Señaló el segundo piso y con trabajo, con mucho trabajo, con un chingo de trabajo, alcancé a subir. Me parecía, y no sin dolor lo digo, que iba a dar a luz allí mismo, en alguno de esos peldaños sucios, pegajosos y despostillados por el tiempo. El baño olía a purititas madres y los retretes, pa’ acabarla de chingar, estaban salpicados por esa mierda entre verdinegra y mostaza, propia de los enfermos de la bilis y teporochos inmundos malnacidos. De aguilita papito y chingue su madre, nadie vio, nadie supo. Gracias a Dios traía un Kleenex en la chamarra y por lo menos, en ese sentido, no sufrí tanto. Me levanté el calzón, abroché mis pantalones, salí del baño y bajé las escaleras. Un sudorcito frío y cierta temblorina en las piernas fueron las secuelas del cake que había echado segundos atrás, pero todo se borró de la mente cuando, como por arte de magia, vi entrar al mismísimo maestro, ídolo de mis ayeres, inspirador de mis lances suicidas a la cama, el gran, y cuando digo gran me pongo de pie y me quito el sombrero, el gran Gallo Tapado. Su máscara escarlata y amarillo huevo me recordaron esos viernes memorables en la catedral de la lucha libre cuando se enfrentaba, invariablemente, a su odiado archienemigo, antagonista en tantas y tantas luchas estelares, mano a mano o de campeonato: el terrible y despiadado Vengador Atómico.
Ese día ya no fui a chambear y me quedé toda la tarde viendo cómo entrenaba el maestro. Entre llave y contrallave con su sparring me alcancé la idea de llegar a ser un verdadero luchador profesional, así mataba dos pájaros de una sola pedrada: le ayudaba con varo a la jefa, podría andar con las viejas que había soñado toda mi vida y quien sabe, chance hasta me coronaba un día Campeón del mundo.
Me acerqué al maestro y le pedí que me enseñara todo lo que sabía sobre lucha libre, que iba a ser su mejor pupilo, que no lo iba a defraudar. Lanzó una de esas carcajadas estruendosas que se echan los héroes de las arenas, me dio una palmada de conmiseración en la espalda, se subió el cierre de la chamarra y me mandó, sin piedad, a chingar a mi madre.
No paré en mi afán. Volví al otro día y me volvió a plantar una mentada de madre en la jeta. Y así dos días y tres y cuatro y dos semanas y tres. Ya me andaba desilusionando cuando pensé: “pus ya la última, y si me manda a la gaver, pos a la verga”. Regresé al gimnasio y le dije al chile, a ver may me va a dar chance o qué tranza, y que me contesta: “chance chance lo que se dice chance, no mijo, pero lo voy a mandar por unas tortas, las que les debo aquí a los muchachos, nomás no se me dilate”. De ese modo, por lo menos y sin buscarlo, encontré una chambita pagada dos dos. Me comenzaron a agarrar de mandadero y lo único bueno era que me daban buenas propinas y una vez, dejen les presumo, el manager de México, don Nacho Berinstáin, hasta me regaló una camisa italiana que a su vez le había obsequiado, en uno de sus combates, el púgil más deforme, amorfo, informe y feo del medio boxístico nacional, Daniel Zaragoza.
Cuando no me mandaban por algo podía usar los aparatos del gimnasio y ejercitar mi cuerpecito.
Al paso de los meses y casi sin darme cuenta, mis brazos crecieron en volumen y ni hablar del abdomen que más que músculo parecía piedra.
Así, poco a poco, me gané la confianza del Gallo Tapado. Y un día sin que yo lo pidiera, me dice el maestro: “a ver papá, súbase al ring, le voy a enseñar a luchar, nomás no chille. Que me dicen rana y brinco”.
Los primeros meses eran chingas, chingas bien puestas, chinguisas cabronas. Pero sí, me fui curtiendo a punta de madrazos y llegó el momento en que hasta el culo lo tenía de acero. En las mañanas era gimnasio: pesas, prensa, mil doscientas abdominales, gimnasia, estiramientos.
En la tarde, técnica: lucha grecorromana, box, king boxing. Eran madrizas. Ni una gota de alcohol, medio garrafón de agua y proteínas, muchas proteínas. El pedo era que jefa no tenía pal bisté y sí proteínas, pero de soya cabrón: hamburguesitas de soya, taquitos de soya, tortitas de soya, todo de puta soya. Fueron chingas.
Un 15 de septiembre el may se puso a chupar. Ya llevaba dos de contempoñac y que se para y que me dice: “a ver mijo, hágase su máscara, búsquese su nombre y yo lo debuto”. Y yo frenético: “gracias maestro, no le voy a fallar, por ésta, no le voy a fallar, voy a poner su nombre en alto, muy alto, voy… voy, voy a contarle a mi jefa, mañanita vuelvo don”. Estaba que no me la creía y no cabía de contento. Iba por la calle, como se dice en castellano elegante, bien parado de nalgas. Llegué al edificio y le conté a jefa. Se puso feliz pero también le noté cierta preocupación. Mi carnalito, el más chico, me bautizó como “Fuerza Guerrera” y jefa me hizo una máscara rete bien chida, mitad rojo quemado mitad azul profundo. Y ya estaba todo listo: nombre, máscara, debut, todo. En la mañana del dieciséis me fui a La Villa y recé como treinta y cinco dulcesmadres. Así me mantuve bajo el amparo de la Siempre Pura.
El Gallo preparó mi debut en la Arena de Cuatro Caminos. Todavía me acuerdo del Cartel:
“Viernes 28 de septiembre.
Arena Cuatro Caminos.
Lucha estelar Mano a Mano:
El Dandi vs El Satánico.”
Nos tocó abrir la función y formé parte de la tercia ruda: El Destripador y Fuerza Guerrera capitaneados por Apolo Dantes, que por aquellos días apenas comenzaba. En el bando de los técnicos, Cacoqueco y Riquicuquis, capitaneados por Super Muñeco. Salió a luchar primero El Destripador y El Riquicuquis, rápidamente, lo puso fuera de combate. Allí salí al quite. Cacoqueco me pegó una cachetada, se la devolví, me la devolvió, se la volví a devolver y le di un patín en el muslo. Le doblé el brazo, lo lancé contra las cuerdas y con una catapulta lo expulsé del cuadrilátero. Luego, sin pensarlo, me impulsé en el encordado y volé entre segunda y tercera mandando al joto Cacoqueco hasta la tercera fila. Mientras, Apolo victimaba inmisericorde, a pesar de su juglaresco movimiento de cuello, a Super Muñeco, capitán del bando de los técnicos.
En la segunda caída castigué el brazo del Cacoqueco y, sin mayor dificultad, vencimos en dos al hilo a la tercia rival.
Mi primer salario se lo di completito a jefa y, como buen hijo, sólo le pedí pa’ mis pasajes. En los siguientes meses continué entrenando y depurando mi técnica. Se vino la segunda lucha y la tercera y la cuarta y así hasta la decimoquinta función invictos. Como luchaba cada viernes, me empecé a hacer de mis cositas, de mi varo y de mi fama. En ese momento firmé seis luchas en la Arena Revolución y cambié de compañeros. Me uní al Ángel Azteca y a Doctor Dre. Las seis fechas nos mantuvimos victoriosos. Y lo mejor de la Arena Revolución, indudablemente, fue que reuní suficiente dinero para comprarme mi nave, un gran Markis bien padrote, bien cuidado, bien chingón.
Por esos días se creó el club de fans “Fuerza Guerrera” y ya hasta tuve seguidoras organizadas que me echaban porras cada función. Uno de esos viernes de combate, entre los vítores, se me acercó José Tirado, promotor de Box y Lucha de la Arena Coliseo. Me pidió que me fuera a trabajar con él y que dejara Cuatro Caminos. Después de pensarlo mucho acepté. Le dije al Gallo Tapado mi resolución y que los ciclos se cumplen y que quería evolucionar y cosas por el estilo.
El Gallo se molestó muchísimo y me mentó la madre. Claro, como él era mi representante y se quedaba con una tajada del dinero. No me bajó de malagradecido, me dijo gente de baja ralea y otros tantos insultos que me pegaron como un upper en la frente. Apechugué, bajé la mirada y abandoné para siempre el “San Vicente”. Volví la cabeza cuando mi maestro lanzó un escupitajo y lo pisaba ofendiendo a mi jefecita santa.
Lo mejor de luchar la Coliseo fueron las transmisiones por televisión. El Rudo Rivera y el Doctor Alfonso Morales narraron mis combates contra El Faraón, Super Ratón, El Tigre Balcázar, Sangre Chicana, Arturo Casco “La Fiera”, Hecatombe y otros luchadores de ese jaez.
Ahí comenzaron a venir las derrotas, no porque perdiera concentración, sino porque el nivel era superior a las otras arenas. Pero mi capacidad también creció e incluso las publicaciones especializadas me veían como una posible estrella del futuro. Y en ese tiempo lo que siempre anhelé se me presentó: una lucha estelar. Mi Rival fue Ringo Mendoza. El día de la función, la arena estaba de bote en bote, mis botitas relucían y mi máscara destilaba luz. Fue un combate duro. Ringo me ganó la primera caída y ya me estaba ultimando en la segunda. Me tenía en toque de espaldas y yo por poco cedía. Tenía conciencia de que mi salvación serían las cuerdas, así que, como pude, las alcancé y anulé el castigo. Le pedí fuerzas a Dios, me levanté y lo envestí. Con el antebrazo golpee su cuello y ya caído le apliqué la de a caballo. No resistió mucho y me adjudiqué el segundo episodio. El tercer capítulo fue largo y cansado. Ringo sangraba igual que yo. No sé de dónde saqué fuerzas y con un candado lo derroté para instalar mi nombre, con letras de oro, en el heroico pancracio nacional.
Después de ese combate, mi vida cambió, se me abrieron las puertas del cielo y de la gloria. Me cambié a un departamento de Polanco, compré un convertible rojo importado y me comenzaron a asediar tantas viejas que hasta tenía que subir los vidrios del coche para que no se subieran las chamacotas. El dinero venía sólo y como entraba salía. Me empecé a juntar con la banda de los Villanos y me iba con ellos y con Emilio Charles Junior, Rey del Biutiful, a recorrer cuanto teibol y putero del Centro Histórico se nos ponía enfrente. Así como nos caían patines en el mismísimo oscuro pero art nouveau callejón de los madrazos, nos llovían caballitos, jaiboles, cubas y demás brebajes levantamuertos en todas las barras de las cantinas que solíamos frecuentar. En ese tiempo agarré fama de mala copa, de necio y de abusón.
Y en una de esas parrandas conocí a la Leti. Cuando salió a la pista del Paladium me acuerdo que le dije al Villano IV, ¿apoco no se parece a la virgencita de Juquila? Y a partir de entonces le guardé una devoción especial. Recuerdo que se me antojaba un chingo arrancarle su tanga a mordidas y con ella regar la plantita y machucar la rata y hacer cuantas infamias nos pasaran por la mente. Pero ella de principio no quiso. “Cómo chingados no”, me dije, y naturalmente pesaron más mis pesos que sus ganas. Pagué su salida y me la llevé al penthouse de Polanco.
Como ya iba bien peda, andaba reparte y reparte besos la pendeja por la calle. Entramos a la casa, se quitó el abrigo y dejó ver su figura perfecta. Me empezó a bailar y mientas volaba su vestido escorado y chiquito pensé: esta vieja sí me la pone gorda. Sus pechos redondos quedaron al aire y los besé y probé la dureza de sus pezones afilaros. Su vientre firme, sus muslos inmensos y su coño tibio, me dieron una noche más gloriosa que aquellas míticas en que el Santo, inconmensurable, se batía con el Cavernario Galindo.
Estuve tres meses bien enculado con la vieja, hasta que me dijo un día el Villano III que la Leti me estaba haciendo de chivo los tamales. La espiamos y la seguimos y nos dimos cuenta de que, en efecto, andaba la muy perra en amores con un frutero del mercado de Salto del Agua. ¿Cómo podía comparar esa vieja mis esclavas de oro, mis cadenas, mis trajes de lino, mis sacos traídos de Alemania, con el pinche delantal roído de “Frutería La Estancia” que vestía su amante? El frutero era un tipo tan corriente y tan vulgar que hasta me pareció de esos güeyes que le llaman mastuerzo al pito.
Ni siquiera se la hice de jamón. Simplemente me fui y no la volví a ver. Pero eso sí, me cayó una depresión cabrona. Dejé de entrenar y perdí mis siguientes luchas. Lo único que sí entrenaba, y bien, era la garganta. Por aquellos días, mi ojo clínico diagnosticó tantas borracheras que hasta los Villanos me llamaban doctor, Me convertí en una piltrafa humana.
Una noche que andaba bien crudo, recibí en la casa la llamada del promotor Tirado. Me dijo que me iba a dar una última oportunidad, una lucha máscara contra máscara con el Gallo Tapado. Ahí hasta la peda se me bajó. Había mucho dinero de por medio y mucha fama también. Acepté no por mi mala cabeza, sino porque de veras necesitaba la lana para pagar el penthouse y mantener la vida de lujos que llevaba.
La promoción fue muy emotiva. Imagínense el sentimiento que provoca una lucha entre maestro y pupilo. La preparación fue difícil. Me motivé yo solito y estuve entrenando a conciencia en el Centro Ceremonial Otomí. Y llegó el día de la verdad.
Me acuerdo que Juanito Luna me estaba dando masaje y engrasando el tórax en los vestidores cuando el doctor Alfonso Morales abrió la transmisión de televisión con las palabras: “No hay día que no llegue ni fecha que no se cumpla, y esta noche, queridos amigos…”. Y en ese momento me cayó el veinte de que yo, Fuerza Guerrera, tenía una cita no sólo con el destino, sino con la historia misma. El hijo bienamado de Max Linares, Rayo de Jalisco Jr., junto al Hijo del Santo y Blue Panther, pasaron a desearme suerte. Hoy se los agradezco de corazón. Poco a poco la hora se acercaba y el nerviosismo crecía.
Por fin salí al cuadrilátero del brazo de dos chichonas que me restregaban sus cosas y me susurraban “campeón” al oído. Mientras bajaba por un pasillo repleto de máscaras y mantas rojo chillante y amarillo, la afición enardecida me gritaba: chacal, chacal inmundo, muerde la mano de tu maestro. Altivo me reía y forzaba los bíceps. Salió luego el Gallo Tapado acompañado de su gran séquito y una gigantesca y ensordecedora ovación cimbró la Arena México. Mi second fue Daniel López “El Satánico” y el del Gallo, el can de Nochistlán, Pedro “Perro” Aguayo.
Miraba hacia las butacas y sólo veía brillantina, confeti, flashes y una enorme nube de cigarro que lo cubría todo, a la manera del copal, que solemne, prepara el terreno para el sacrificio.
Y sonó la campana.
Antes de morir, mi madre me contó cómo vivió el gran momento:
“Sí, Rivera, estamos ante la gloria. Comienza la lucha. El Gallo Tapado, ídolo de la colonia Guerrero y alrededores, castiga el brazo de su pupilo, Fuerza Guerrera. Se suelta éste y arremete con una cachetada. Fuerza Guerrera, nativo de La Merced, expulsa del ring al Gallo con tremenda patada voladora y amenaza con volaaaaaaaaaaar... ¡Voló!, entre segunda y tercera, como un misil que impacta en el pecho del Gallo Tapado y lo envía a los pies de doña Carmelita, la abuelita de la lucha libre que, con noventa y tres años, no falta a una función desde mil novecientos sesenta.
Formidable el lance de este titán. El Güero Rangel contabiliza los segundos, trece, catorce, quince… Fuerza Guerrera sube y es alentado por su grupo de fans, diecisiete, dieciocho… y el Gallo Tapado no se incorpora, diecinueve, veinte, y Fuerza Guerrera se hace con la primera caída.”
Ahí fue cuando jefa, según lo refirió, le habló a su comadre Doñachú para que viniera a ver la lucha con ella.
“Dejo este micrófono, para la segunda caída, en tus manos, Rivera. Gracias Doctor. Vamos a bailar un oso pero sabroso. Sube al ring Gallo Tapado, magnífico juego de piernas. Manda a Fuerza Guerrera contra el encordado y lo pretende golpear con el antebrazo, lo esquiva el de la merced y regresa a las cuerdas. Gallo Tapado lo alcanza y lo esquina, lo golpea, rebota su cara contra el poste y Fuerza Guerrera cae seminoqueado. Lo pone en toque de espaldas, uno, dos, movimiento antes de la tercera palmada. Gallo Tapado reclama al del guante negro en la siniestra, gran Davis, por no contar con claridad. Se levanta Fuerza Guerrera, el Gallo lo envía contra las cuerdas… y tremenda hurracarrana, uno, dos, tres ¡fuera! Gana el Gallo Tapado, Doctor Alfonso Morales. Una hurracarrana pulcra, Rivera, técnica, límpida, recordando al mismísimo Huracán Ramírez, inventor de este castigo”.
Doñachú cuenta que tras esa caída mi madre sintió una gran opresión en el pecho y nomás, en su nerviosismo, se acomodó el reboso y se quedó callada mirando el televisor. Mi carnalito dice que Doñachú es una pinche vieja argüendera y mentirosa.
“¿Qué nos depara esta tercera caída, Rivera? Lo veremos a continuación. Gallo Tapado toma la iniciativa y golpea la entrepierna de su contrincante que cae fulminado pidiendo foul y tocándose sus partes nobles (¡Guácala de pollo, Doctor, esa es una bajeza del Gallo!) Cállate, Rivera, que el de la Merced, cargador en su infancia, está mintiendo, que nunca le den un Óscar. Juzga el Güero que no hay infracción. ¿Qué va a hacer el Gallo? Terrible cruceta castigando las extremidades y Fuerza Guerrera ve perdida su tapa, pero resiste, resiste, resiste y finalmente se suelta. Queda tendido Guerrera. ¡No, Gallo, No! Está subiendo las cuerdas. Está en la tercera. Va a volar. El público le pide que no lo haga. El Gallo extiende sus brazos y se lanza al vacío. Fuerza Guerrera yace inerte sobre la lona… ¡y se quita! Tremendo impacto del Gallo que queda inconsciente. A puñetazo limpio castigan su cabeza, Guerrera le rompe la máscara y se la quiere arrancar pero Gran Davis, señoras y señores, amigos de todo México, se lo impide. Levanta el pupilo a su maestro y cuando lo va a golpear, el añejo luchador lo esquiva y, a su vez, lo lanza contra el encordado. Magistral movimiento y sí, le hace una quebradora en todo lo alto a Fuerza Guerrera.
Éste mueve las muñecas, agita las manos y ¡heroico! Se suelta. Guerrera es un hombre no pedazos. Y no sé cómo, Rivera, se ha podido volver a incorporar. Increpa a su maestro. Forcejea y… ¡AAAHH! detalle de clase, le aplica la infalible tapatía y el Gallo aguantaaaaaaaaaaaaaaa ¡No! ¡Histórico! El Gallo Tapado se rinde y hoy, señoras y señores, nace un nuevo ídolo, el incansable y bravío Fuerza Guerrera. Esta lucha quedará en la memoria y pasará a la posteridad mi querido Arturo Rivera”.
Y el momento de gloria sucedió cuando el Gallo, victimado, vino hacia mí, hacia su victimario, hacia su alumno, hacia su creación y me levantó el brazo y me dijo: “bien ganado, hijo, ahora tú eres el campeón”. Subió entonces el verdugo, el Comisionado de Box y Lucha de la Ciudad de México, para cumplir su tarea. Y yo supe, en ese momento, que mi corazón no sanaría nunca de esa herida: en verdad era un chacal que había desenmascarado a su maestro. “Gallo Tapado, de cuarenta y ocho años, originario de Tecamachalco, Puebla, dice llamarse Pedro Ángel Palomeque”. Y al Gallo Tapado ya sólo le quedó lo gallo. La gloria, la gloria más grande.
Y vino más fama y más dinero y también más soledad y más vacío.
En los siguientes meses murió mi madre. El día de su misa conocí a una muchacha, Inesita, sobrina de Doñachú. En ella encontré el consuelo y la tranquilidad que tanto necesitaba. Después de tratarla medio año le pedí que fuera mi mujer. Y no aceptó la muy canija. Me puso entre la espada y la pared. La disyuntiva era: ella o la lucha libre, mi pasión. Y escogí. Entre el cuadrilátero y el triangulito fértil de Inesita, me quedo con su triangulito.
Anuncié mi retiro y la decisión dejó consternado a todo el público.
Con mis ahorritos nos venimos a Miami y pusimos el restorán “Los Magueyes”. Nos va bien, no me puedo quejar. Los sábados en la noche, cuando más lleno está el lugar, pongo la tele en la lucha libre y cuando termina la transmisión, hundido en la nostalgia por la gloria perdida, sombrío me voy a encerrar al baño tarareando aquel éxito de la Santanera…y en el ring luchaban los cuatro rudos, ídolos de la afición..............

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